LA PSICÓLOGA QUE IMAGINÉ
A raíz de ver un reel de las compañeras del Centro de Psicoterapia La Sal sobre la psicóloga que somos y no deberíamos ser estuve reflexionando sobre todas aquellas cosas que hemos aprendido la gran mayoría de las psicólogas en las carreras y cursos que hemos hecho sobre cómo era ser una buena psicóloga.
El retrato robot sería una psicóloga seria, aséptica, objetiva, hierática, formal, imparcial. Se ensalzan aprendizajes del tipo hacer una buena evaluación, tener un rol casi médico en el acompañamiento terapéutico, realizar un diagnóstico completo según el DSM V, aplicar de forma rigurosa todas las técnicas cognitivo conductuales tal y como se nos enseñaron en los manuales de psicoterapia.
Ante este panorama, yo personalmente, salí de la carrera pensando que nunca me dedicaría al acompañamiento terapéutico. “Así no”, me dije, y por eso opté por la psicología social que me permitía habitar una forma de acompañar más laxa, relajada, cercana y humana.
A raíz de realizar mi formación en terapia gestalt, descubrí una forma de acompañar nueva y diferente, mucho más parecido a lo que yo había imaginado cuando elegí la carrera al salir del instituto. En esta nueva forma de ser psicóloga se destacaba la parte humana, empática, cercana, acompañando desde una misma, sin artificios ni trajes a medida. Entonces volví a conectar con el deseo de acompañar a otras personas. De esa manera sí tenía sentido para mí.
Y me embarqué en este precioso y solemne trabajo en el que cada día me conmuevo con las historias que escucho, abrazo a quien lo necesita y me lo pide, me indigno con las experiencias que han vivido, hablamos fuera de sesiones de asuntos importantes y comparto también experiencias personales porque como bien dice Javier Barbero “no somos más que neuróticos acompañando a otros neuróticos”.
Autora: Elena Vicent Valverde