ATARDECER

Maternar se sostiene en el olvido

Escribo este artículo sin saber si sigue existiendo esa mujer que una vez fuí. La escritora, la creadora… la de la lengua audaz y creativa.
Para Sarah Manguso la maternidad es un terremoto, “la maternidad es otro tipo de daño. Es una demolición, una desintegración del ser, después de la cual la forma original desaparece”.

Escribo, no con tinta, sino con leche materna, escritura blanca como decía Helene Cixous, que inunda cada rincón de mi tiempo.
Y sé que tengo mucho que decir y a la vez mi concentración esta puesta en esta criaturita que duerme en frente de mi. Y es que hoy se produce el milagro de que aguante un rato fuera de mis brazos, es el milagro de liberarme ambas manos para poder escribir durante unos minutos.

Mi atención está puesta en su descanso, su reposo, su hambre y su saciedad. En cada gesto de su cara, en cada palabra no verbal.

Su risa me parece un columpio infinito, que llega de la montaña al cielo. Y su carcajada es el canto de los duendes mientras crean pícaramente este mundo.
Me atrapa su sonrisa al ver mi cara. Se me ilumina el mundo a la vez que se para. Su júbilo ante mi presencia hace que el resto sea la nada. Que ya nada importe durante este instante presente.
Su carcajada es una realidad sonora que llena de acordes dulces la habitación, porque ahora las notas tienen sabor a fresas y sandía, y traen alegría de golpe, tambaleando el corazón.

Quizá si sigo hablando de él pueda ir adentrándome en otros temas profundos, porque como decía, tengo mucho que contar y solo puedo observarle.
Igual que observa él con esa mirada nueva y sabia a la vez: todo es nuevo y a la vez es parte de sí mismo desde siempre.

Ha pasado una semana desde mi última palabra escrita, la abuela juega con él en el salón y yo voy a ver cuántos minutos me regala la concentración para retomar estas líneas.
Para continuar desarrollando que el universo y él son uno desde su sentir y a la vez desde mi perspectiva, por eso todos los asuntos que escribo son el mismo y a la vez la inmensidad del infinito. Todo cabe en una sola mirada.

Desde que nació hace casi tres meses soy presencia continua. Siempre he descrito la terapia con infancia (diferente que con les adultes) como eso, presencia. Si no eres honesto en tu estar presente les niñes tampoco están. No hay vínculo, no hay juego, no hay sanación, no hay nada. Pues en la crianza parece ser exactamente lo mismo.
Presencia honesta, con lo que hay, con lo que soy, todo el tiempo, a cada instante. En este caso la otredad sí me anula, mientras que en terapia, detrás de un otro estoy yo y mi sentir es su límite y mi conciencia impulso de la suya y guía del proceso.
Sin embargo, en este caso, mi pequeño hace que aún no tenga tiempo para mi, que anhele a ratos mi soledad.
Hay un poema de Rosario Castellanos que habla de este cederle el paso, de mi para ti ¿¿siempre??

Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso,
darle un sitio en el mundo,
la provisión de tiempo necesaria a su historia.

Consentí. Y por la herida en que partió, por esa
hemorragia de su desprendimiento
se fue también lo último que tuve
de soledad, de yo mirando tras un vidrio.

Quedé abierta, ofrecida
a las visitaciones, al viento, a la presencia.

El parto como un momento de partirse en dos, y a la vez de partir -de ir, de iniciar-, una vida que viene y una que se transforma, ambas parten desde ese mismo instante. Y ambas hacemos un recorrido nuevo, incierto, en el que aprender a cada paso. Mi criatura y yo, acabamos de nacer.

Poco se habla de estos dos primeros meses. Del infierno dulce. De la oscuridad… De la fiebre cuando te sube la leche recién llegada del hospital. Estás sola en casa, con un recién nacido en brazos y con tu pareja mirando, flipando. Al igual que flipas tu. ¿Esta criatura se queda aquí ya para siempre? Y mientras intentas asimilarlo la fiebre inunda tu cuerpo, los escalofríos. Yo sentía como si de mis pezones fueran a salir rayos de puro hielo. Y temblaba, no se cuánto de frío o cuánto de miedo, porque aun sigo sin ser la más diestra entendiendo el miedo.
Mi hogar esa noche se transformó en un infierno helado y desconocido. No reconocía lo que hacía de esa casa un hogar. Era nuevo y viejo a la vez. Torpe.

De ensayo-error se compone la noche eterna. Donde no importa si hay sol o luna, todas las horas son lo mismo. En 60 minutos se encierran 60 días, con sus respectivas noches.

Quería asimilar el parto -duro, largo y animal- y me era imposible, no me daba tiempo. Parece que no ocurre nada y en cada segundo pasan años.
Me vienen imágenes sueltas, como en un álbum de fotos sin ordenar cronológicamente. Recuerdos fragmentados con olor propio e intensidad interna. De esas horas donde me sentí pura fuerza, brutalidad ancestral para tener cinco horas de expulsivo inhumano, una animala pariendo!
Sintiéndome más viva que nunca y a la vez la muerte misma. Una calavera, un baile con las entrañas del mundo. En ese lugar donde todo nace y todo muere, por ese mismo agujero.

Simone de Beauvoir decía que “el feto es parte de su cuerpo, y al mismo tiempo es un parásito que la explota, lo posee y es poseída por él, contiene su futuro entero y, llevándolo dentro de ella, se siente tan vasta como el mundo; pero esta misma riqueza la aniquila, y siente que no es nada”.
Porque además bien diferente es ser vasija llena, que vasija vacía. Y toda madre reconoce esta realidad. La atención cuando estás embarazada frente a la pérdida de cuidado, mirada y atención cuando el/la bebé ya está fuera. El abandono por convertirte en un recipiente vacío y tu autoabandono por elegir cuidar a tu recién nacide.

Escucho a la abuela cantar todo lo que sabe para entretener al peque y que yo le arañe cinco minutos más a la escritura.

Gracias a mi peque me he reconciliado con mi madre desde un nuevo lugar. Cuando leía previamente sobre esto no me lo creía. Por naturaleza soy desconfiada tanto de las verdades universales como de los best seller.
Me fui de casa a los 17 años para estudiar en otra ciudad y nunca volví a vivir en la misma que mis padres. Hasta ahora. Se han alquilado una casita estos cinco primeros meses para estar cerca de su nieto, para ayudar con su crianza, porque efectivamente, se necesita toda una tribu para criar y en esta sociedad capitalista y patriarcal nos han aniquilado la tribu, nos han metidos en jaulas aisladas y nos han puesto a producir.

Han pasado días, quizá un mes, desde que paré de escribir. Y justo anoche, estando de vacaciones, salimos a pasear. Y vi varios bancos juntos en un parque, lleno de gitanas sentadas con sus crías por la noche, al fresco. Con sus moños, sus pelos largos, su desparpajo y sus carcajadas.
Las observé de cerca. Sus crías tenían diferentes edades. Ellas también. No se que cría era de quien, porque justo esto es criar en tribu.
Me las imaginé en el cotidiano diario. Un par de ellas cocinando para todas, otras con les peques, otras limpiando la casa… otras de baja, otras trabajando, otras sin trabajo remunerado, manteniendo la tribu, el hogar y a la humanidad.

Me las imaginé juntas. Sin el sobreesfuerzo que supone criar sola. Hablando de sus grietas en el pecho, de remedios y trucos de cada una. Me las imaginé llorando y riendo a la par. Me las imaginé desahogándose, con un mandato de género donde nosotras llevamos la carga, el peso, el gran peso.

Y entonces sentí que así el peso era algo más liviano porque había más hombros, menos soledad y más sororidad.
Imaginé que todas podíamos criar en tribu, como las gitanas de Cabo de Gata. Respiré profundamente la brisa de esa noche y me pareció un poquito más ligero todo este asunto.
Y a la par, me reafirmé en este engaño social. Porque criar a un bebé es una responsabilidad colectiva, es cuidar el futuro de nuestra sociedad. Y a la vez es político. Porque se requiere de ayudas, de bajas de maternidad y de paternidad reales, de al menos 6 meses para el rol paterno y de un mínimo de 9 para el materno. Porque se requiere de acompañamiento y ayudas públicas.
Pensaba en la necesidad de que una persona viniera a echar una mano, al menos, dos horas al día, para yo poder ducharme, desayunar, comer, cocinar y barrer la casa… mientras elle sostiene a mi bebe. Aunque no sea sostenida yo, al menos una mano, una ayuda y esa ayuda debería ser universal y pública y recibirla todas al menos el primer año.
Al igual que deberían promoverse los grupos de crianza, de acompañamiento, públicos y en todos los centros de salud, para hablar, para compartir cómo estamos, para llorar juntas, para sentir arrope, al menos, una vez a la semana. Y ya de paso añadirle un acompañamiento corporal, para darle protagonismo a este cuerpo nuevo, partido en dos, de brazos y piernas fuertes de cargar al bebé y de abdomen caído, flácido, sin fuerza, lleno de dolores de espalda y cuello. Este nuevo cuerpo que cuesta reconocer como nuestro.
Hemos normalizado llevar a las criaturas, a muy temprana edad, a escuelas infantiles. Con apenas meses se separan de mamá. Y esta es la huella de abandono que de adultas trabajamos en terapia.

Vivimos en una sociedad donde las mamás están sobre explotadas, teniendo que trabajar fuera y dentro del hogar, además de maternar. Y esto genera un estrés que hace aún más inviable la conexión con las criaturas. Cuando un bebé es separado de su mamá disminuye la dopamina en el cerebro, imprescindible para el bienestar del peque y para su buen desarrollo. Y esto puede suceder aunque la mamá esté físicamente presente pero emocionalmente ausente. Padres y madres estresadas tienen mayores dificultades en la conexión emocional consigo mismas y con sus criaturas. Son madres que aman pero que debido a la sobre explotación tienen dificultades de conexión con sus bebés.

Es urgente la necesidad de políticas de estado, como por ejemplo las 8 semanas que faltan de la baja materna y paterna, que iban a entrar en vigor en agosto de 2024 y que Europa castigará esta falta de compromiso del gobierno con 7 millones de euros.
Necesitamos criar en tribu no sólo para sobrevivir sino para disfrutar mucho de maternar.
Porque se sufre mucho y debería ser un derecho que se disfrute de nuestras criaturas; porque lo duro no es maternar, lo duro es hacerlo en esta sociedad tóxica, que nos explota y nos abandona.

 

El peque ya tiene 4 meses y medio, es difícil escribir seguido… mantener el hilo… Son las 12 de la noche. Él duerme.. hoy si duerme… y esta vez en lugar de intentar dormir he decidido escribir, a ver si así tengo más de 20 minutos seguidos… me hubiera ido a la cama, pero me comprometí con MARA Psicología&Arte a escribir esto. Y lo agradezco, porque ahora que me pongo me deleito con el sonido del teclado, de brotar palabras con sentido de mi cabeza adormecida.
Hemos pasado dos semanas con regresiones del sueño, con un peque que se despierta cada 40 minutos, sí, cada 40 minutos durante toda la noche!! La falta de sueño es una tortura… y así se ha usado en campos de concentración y con prisioneros para extraer información.
Te desequilibra, te rompe y hace estallar la guerra en la pareja. No hay paciencia para nada más que el bebé… Y no sabes ni cómo te mantienes con vida.
No creo que se haya acabado, pero nos ha dado una tregua, anoche durmió un par de horas seguidas…

…me deleito al escribir… Y mientras saboreo me pregunto: ¿qué partes de mi siguen vivas?
Jazmina Barrera, en Linea Nigra, habla del documental Los archivos de la maternidad, que muestra a muchas mujeres, desde los años cincuenta, haciendo lo mismo: las maletas para viajar a un país extranjero, imposible de imaginar, el de la maternidad.
Y Sylvia Plath dice que “una mujer embarazada tiene 9 meses para convertirse en algo que no es ella misma, en otra cosa y luego separarse de esa otredad, alimentarla, ser su fuente de leche y miel”. En su obra de teatro Tres Mujeres, la que marcha a casa con el bebé dice: “no hay milagro más cruel que este”.
Claro que hay crueldad en la crianza y dolor en la lactancia. E irá pasando. Y a la vez encuentras alivio y consuelo en su sonrisa, en sus palabrejas nuevas, en sus manitas, en su mirada… pero es sin duda un milagro doloroso y amoroso, de luces y sombras. “La parte de la maternidad que siempre me ha dado más miedo es su eternidad” dice Sheila Heti.

Sigo nombrando Linea Nigra, “Escribir el cuerpo”-como pedían Virginia Woolf y Helene Cixous, es solo el principio. Tenemos que reescribir el mundo. Escritura blanca, escribir con leche materna”.
“Los bebés se comen los manuscritos», dice Ursula K Le Guin. El poema no escrito porque un bebé lloró, la novela que se dejó de lado por un embarazo…” Los bebés comen libros. Pero escupen fragmentos que pueden ser unidos después. O no. Dejar así lo que el terremoto partió”.

Y estos primeros meses de maternidad se afianzan en el olvido. Si no fuera así la especie humana se extinguiría. Recordamos la ternura, gracias al vínculo y a las hormonas. Y por estas mismas y la falta de sueño olvidamos todas las sombras, toda la oscuridad. E incluso, algunas, se plantean repetir. Pero sustentamos el primer año de crianza de este segundo bebé gracias al olvido.

Olvidamos el dolor, los miedos, la renuncia, la ansiedad, la soledad, la sobrecarga, la falta de sueño, las situaciones extremas… Incluso olvidamos la libertad de la que gozábamos antaño, hace una eternidad, cuando éramos solas.
¡¡Y el olvido es recíproco!! Que ingrata la biología con las madres, como dice Jazmina Barrera, que no nos acordamos de los dos primeros años de nuestra vida, cuando fuimos una con ellas. Cuando se olvidaron de sí, y de todo para maternarnos.

Es así, la crianza se sostiene en el olvido y en la ternura. Y sin duda funciona… porque hay una parte de mi, que pese a toda esta renuncia y a toda esta dedicación es muy feliz al lado de mi bebé. Y esta vez no es él quien me reclama, soy yo quien deja de escribir, para retomarme en presencia a su lado, para mirarlo mientras duerme, sabiendo que se despertará varias veces en la noche para tomar de mi teta. Y con ganas e ilusión espero al día siguiente, para que me sonría y juguemos. Para hacernos juntas de leche y besos.

(*fotos utilizadas para destacar la necesidad de criar en tribu en todos los lugares del mundo)

Autora: Lorena Polo

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