*(Aclaro que mamá o papá, a lo largo del artículo, los voy a usar como sinónimos de función materna o paterna, independientemente de las personas que la ejerzan y del género de las mismas, incluso más allá de la maternidad o paternidad biológica. Serán usadas para aquellas personas que realicen la función materna y la función paterna)

¿Cuántas veces te has dado cuenta de que tu relación con mamá, principalmente, y también con papá, han marcado tu carácter, tu aprendizaje y por tanto tu vida?

¿Que tienen de común tu proceso terapéutico con tu vida y tu forma de habitar esta sociedad patriarcal?

Nos pasamos el proceso de terapia ( y la vida también!) en búsqueda de una madre sana, que nos cuide, nos de amor y ternura, que nos sostenga y nos nutra. Lo que en terapia llamamos la madre nutricia. Pudiendo equivocarla con esa que da sin pedir, esa ideal pero no real que anhelábamos en nuestras infancias.

Perls habla de la madre judía, para referirse al tipo de madres de sus pacientes. Aquellas más invasivas, más víctimas… aprovechando a denostar la figura. La madre en todo proceso de terapia es infravalorada, juzgada y machacada (a base de cojinazos, cartas acusatorias, sillas vacías…) Y por supuesto que es imprescindible reconocer y limpiar las heridas que nos ha creado mamá! Pero más allá de esto ¿qué nos pasa socialmente con esta figura? ¿Es la culpable de todos mis males o es simplemente una estrategia infantilizante del patriarcado?

El patriarcado habla y sentencia. La adultocracia como imposición del poder dictatorial. La figura del padre como la ley y/o la norma, la disciplina o el castigo. El saber y el conocimiento

Papá-Estado que controla a sus hijas e hijos para que cumplan lo que se espera de ellos y ellas: monogamia, roles de género estereotipados, familias consumistas y consumidas con trabajos de producción (diferentes de la creación) que sostengan el capital y que perpetúan el obsoleto y rancio “sueño americano”. De escaparates sonrientes y personas tristes, aisladas y muertas por dentro.

La función paterna está desvirtuada. No nos saca al mundo de la mano, con seguridad y también libertad, sino que nos empuja a las fauces capitalistas desde unas jaulas rígidas y estereotipadas de roles sociales patriarcales.

Y esta sociedad grita con su neurosis, los cuerpos expresan con su falta de salud que necesitamos madre. No hay madre real en esta sociedad.

Somos la sociedad de la carencia. Todes mirándonos el agujero… y el vacío no se llena, señoras y señores, el vacío se sostiene.

Somos una sociedad con personas no autónomas sino dependientes, ejerciendo roles de mamás y papás sin ser adultas. Primero necesito sostenerme a mí para luego cuidar y sostener a les demás.

Es un trabajo de integración ¡¡interna!! de la función materna: cuidados, sostén y nutrición. Y de la función paterna sobre mi autoridad interna y mi forma de moverme por el mundo. ¡¡Este es el auténtico proceso de terapia!!

Les adultes al “fingir” la madurez dejan ver una carencia de madre recogida en tres estilos o patrones:

a) Exigente: “como no tuve el mundo me debe”, “yo demando y tu me das”, “pedir me da derecho a recibir”

b) Dependiente: “Encuentro a alguien que me cuida y soy feliz” Este rol es la niña o el niño eterno que cuando esa persona está cerca son felices pero cuando se aleja se hunden o deprimen. La espera enferma. Y generan dependencia y relaciones de maternaje, ya que son personas autoinfantilizadas e infradesarrolladas.

c) Narcisistas: “la madre soy yo”, “pido dando” Son cuidadoras compulsivas pero no tienen ni idea de que necesitan para sí mismas. Se colocan en el lugar de proveer descuidándose a sí mismas.

Desde la honestidad, cada una de nosotras al leernos hemos reconocido un patrón de repetición. Este patrón de repetición es el que trabajamos en terapia. Aquí está la fisura de la esencia, aquí está, en términos psicoanalíticos, el goce que no permite el deseo. Aquello neurótico que me ancla y no me permite el crecimiento.

Son tres formas de desviarnos de la autonomía. Tomar conciencia de la mía es el primer paso. ¿mis hijes han tenido que hacer de mi madre? ¿yo he tenido que ser la madre de mis padres? ¿que busco en una pareja? ¿en que soy dependiente? ¿qué me resulta injusto del mundo conmigo? ¿de que tengo hambre? ¿qué agujero tapo? ¿de qué sufrimiento hago estandarte? ¿que te echo en cara?

Pues bien, esta falta y la forma de taparla es la neurosis que me enferma el cuerpo, entendiendo esto como físico, emocional, psíquico y espiritual. Sin embargo tenemos experiencia y capacidad creativa. ¡¡No solo somos patología, enfermedad y neurosis, también somos salud, creación y vida!! Podemos dejar de mirar el agujero y mirar la vida pero eso implica crecer y renunciar.

Aceptar la falta y renunciar a encontrar una mama externa e ideal. Mi forma de maternaje es conmigo y está dentro de mi, esa es la salida.

El psicoanalista mantiene la necesidad de reconocernos atravesadas por el límite y el gestaltista habla de madurez entendiéndola como la capacidad de autoapoyo, de autonomía y salud.

Esta renuncia implica atravesar un abismo, un jodido túnel oscuro, frío y solitario. Para así sentir mis piernas. Arraigarme en mí, apoyarme en mi pese a la dureza y el dolor y poder comenzar a disfrutar de lo que si tengo, de lo que sí hay: una llamada, una mirada cómplice, una sonrisa de una desconocida por la calle, una tarde de sol y mar, un baño en el río, un atardecer, una rodaja de sandía mientras te escurre su líquido sabroso por la comisura… Miles de encuentros, piel, cuerpo y placer, lugares que si existen, rincones que si toco con mis manos, que si son reales. Personas que están ahí, desde su imperfección, con horizontalidad y amor. ¡¡Mirar la vida y sostenerme en mi!! Y desde ahí seré adulta, me cuidaré y te cuidaré. Responsabilidad personal y responsabilidad colectiva. Y llenaremos la sociedad de cuidados, evitando una muchedumbre adicta, aislada y depresiva.

Comienza a configurarse nuestra neurosis cuando por ejemplo se invierten los roles y de niñes comenzamos a cuidar de mamá y/o papá. Por amor a elles les sacamos de cualquier lugar que les dañe. La neurosis se origina en el amor y se perpetúa en él, pero en un amor insano y cegador.

Una madre nutricia es aquella que me da recursos y nutrición suficiente para ser autónoma y dejar de necesitarla. De la dependencia a la autonomía. Y esa es la función de la terapeuta en un proceso de salud.

¿Cómo sería entonces la crianza desde la adulta que soy?

Me gusta ilusionar una crianza y una forma de vida sin mentiras. Donde la resolución de conflictos no se base en castigo-recompensa y donde los chantajes no tengan cabida. Y como adultas tenemos un largo proceso por delante para ser conscientes de cómo todo esto está impregnado en nosotras.

La infancia es un proceso, un camino para la autonomía, para la adultez.

Como adulta siento la responsabilidad (y el gusto la mayoría de veces) de cubrir las necesidades de las criaturas para que se produzca el aprendizaje y el crecimiento.

Como terapeuta me pasa lo mismo. Cada persona (grande o pequeña) tiene su proceso y mi función es estar al lado sin juzgar. Desde la aceptación es donde se produce el encuentro genuino entre personas auténticas.

Un diálogo de necesidades madre-hija, terapeuta-paciente: ¿que necesitas? ¿Qué estás sintiendo? ¿Qué te pasa? Para que puedan mirarse a sí mismas. Con este cuidado y esta atención aprenden a 1. escuchar sus necesidades/sentimientos, 2. atenderse (darse espacio) y 3. cuidarse. Al igual que yo en un momento dado, aprendí hacer esto conmigo misma. Facilitamos por tanto el aprendizaje desde la conciencia y también desde la experiencia.

Desde la adultocracia lo que le pasa a la criatura no es importante. Esa voz no existe. Y creemos saber qué le pasa o que necesita sin preguntar ni escuchar. Es también así la soberbia del terapeuta, relacionándose con lo que cree que el paciente o la paciente necesitan.

Un buen comienzo es criar sin quitarles el protagonismo de sus vidas. Al igual que devolverles el protagonismo a les pacientes en sus procesos de terapia, en su salud, ser personas activas y responsables en su recuperación, en su crecimiento. La crianza es una danza que surge entre las necesidades de la madre, que suelen ser los límites para la criatura (o para el paciente)  y las necesidades de la criatura.

Ni un acompañamiento autoritario donde la criatura desaparece, ni un acompañamiento permisivo, donde es la madre quien se desdibuja hasta desaparecer al servicio de la criatura. La clave es el encuentro entre ambas, valorando lo mío y lo tuyo, es una suma.

Acompañar emocionalmente mi resonancia corporal y la de la criatura. Dándome respeto estoy enseñando a respetarse y a respetar a las demás personas. A relacionarse como iguales, sin estar obligada a ceder por nadie ni a abusar de nadie. Ya que la crianza sienta las bases de todas las relaciones posteriores.

Por eso en terapia retomamos la figura de la madre, en esta caso apelando a la madre sana. Y es por esto que se dice que la relación es lo que sana dentro del proceso terapéutico. Otro aprendizaje, otra forma, otras referencias…

Criar y acompañar en un proceso terapéutico es estar con presencia, desde la no-intervención o al menos la mínima.

Un gran regalo para mi ha sido acompañar en los momentos vulnerables de mis pacientes. Presente. Apoyándome en mi para dejarles dolerse. Que ese dolor salga fuera sin cortarlo. Que el río fluya, que siga la vida. ¡¡Qué cuidar es aprovisionar afectivamente!! Y en el feminismo me apoyo para un acompañamiento autónomo que permita nuevas realidades fuera de la estructura patriarcal infantilizante.

Ser adulta es hacerme cargo de mi, de mi autocuidado, de mi movimiento por el mundo y de mis relaciones. Sostenerme en mis pies para apoyarme entre iguales, sin jerarquizar e infantilizar la horizontalidad. Aceptar la falta para crecer. Y acompañar, por tanto, desde el respeto a la esencia, con una escucha activa y con fe en el potencial creativo, en la autoregulación y en la vida.

Autora: Lorena Polo

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