La caída de lo innecesario
La pandemia y el confinamiento llegaron a mi vida como un huracán. De repente, casi sin esperarlo ni creerlo, me tuve que refugiar en casa y salir solo para lo imprescindible. Durante dos meses, lo único que se mantuvo en pie de mi vida anterior fue mi pareja y mi trabajo. Lo demás quedó en suspenso, salvo algunos encuentros virtuales o llamadas telefónicas con personas queridas.
Ese cambio tan repentino en mi ritmo vital me generó miedo, del que solo me di cuenta a través de un ataque de ciática muy intenso que me tuvo impedida casi una semana. Claro, ¿cómo no asustarme? De la noche a la mañana mi vida había cambiado por completo. Habían desaparecido muchas de las realidades que creía que me sostenían y me llenaban.
Y cuál fue mi sorpresa que a medida que pasaban los días, mi cuerpo se fue aflojando y comprobaba que aquella nueva realidad más vacía me generaba calma y bienestar. Pasar mucho más tiempo en mi casa, la nueva casa que habitaba desde Julio y que apenas conocía ni había disfrutado. Tener tiempo para mí, para lo que me viniera en gana: leer, escuchar música, bailar, escribir, dibujar, tocar el piano, hacer pan, aprender a coser. Ir sin prisas a trabajar. Saborear cada momento con lentitud y calma.
Me vi disfrutando de ritmos que hacía años con los que no sintonizaba fuera de los periodos vacacionales y a veces ni eso. Gozando de la paz y la tranquilidad del vacío, de la nada, de no tener que hacer nada, de no tener hora para llegar a ningún sitio. Eso que al principio me había asustado tanto se convirtió en una oportunidad, en un regalo de la vida.
Cuando después de tantas semanas encerrada en casa y saliendo solo para trabajar y comprar pude salir, comprobé como en mi vida ese huracán había dejado un paisaje interior diferente. Había partes devastadas, destruidas, elementos de mi vida anterior que habían desaparecido y que paradójicamente no generaban en mí una sensación de pérdida. Al revés, sentí alivio. Se habían caído muchas ficciones (horas de trabajo extra, relaciones de amistad, encuentros, formaciones), esas cosas de mi vida que sentía que me llenaban cuando en realidad me consumían mi energía. Me di cuenta de que mi paisaje interno estaba más vacío y eso me hacía sentir más llena, más plena, más satisfecha. Las cosas que se habían mantenido en pie en ese paisaje eran las cosas que están bien construidas, bien ancladas: son las relaciones firmes, es la manera de hacer mi trabajo nutritivo, son los encuentros deseados, es el tiempo para mí. Son las cosas sencillas y nutritivas. Vaciarme para tomar solo lo necesario.
Fantaseaba estos días de desconfinamiento con la idea de restituir mi vida anterior, vivir de la misma manera en que estaba configurada, volver al mismo ritmo que antes. Y algo en mí sentía rechazo. No quiero volver a esa “normalidad” que tanto nombran, ni a esa normalidad de mi vida anterior porque esa normalidad era el problema.
Adiós normalidad y bienvenida seas nueva vida.